Las
marhipovakas somos
generosas
y poderosas matronas,
de
grandes ubres,
preciosas
alas
y
renovada escuela.
Somos
seductoras,
presumidas
y ostentosas,
también
onerosas
y
algo grasientas.
Lo
más destacable es
que
sobre nuestras tetas
se
lloran las más
amargas
y extrañas penas.
Somos
muy femeninas,
fértiles
en nuestras guerras.
Magas,
astutas, dóciles
y
también algo altivas.
No
nos queda más remedio,
hace
mucho que se nos arrugaron las flaquezas,
y se
nos evaporó todo miedo.
Pues
hemos sido sometidas,
esclavas
y apaleadas,
condenadas
sin honor.
Hemorragias
de dolor,
sufrimiento
y depravación,
nos
han enriquecido.
Conocemos
infinidad de lares,
multitud
de barbaridades.
Corrupción,
perjurio
y
vulgares obscenidades.
Aún
así somos huesudas,
nos
mantenemos robustas,
incluso
para muchos,
somos
las augustas.
Después
de haber parido
a
nuestro peor enemigo,
nuestro
pecho,
amplio
y prieto,
a
modo de almohadón,
se
presta para el perdón.
En
nuestras pestañas,
se
derritió todo frío añejo,
ahora
sólo queda calor, brasas y fuego.
Fuego
para purificar,
brasas
para el recuerdo
y
calor para todo lar.
Eones
antaño,
olvidamos
y perdonamos.
acicalamos
y perfumamos el akásico,
sacudiendo
los remiendos.
En
nuestros michelines,
y
entre las piernas oprimidos,
yacen
los recuerdos más amargos,
y los
más elevados caminos.
Con
manos de hilo y seda,
tejemos
los pañuelos,
en
los que cachorros imberbes,
lloran
sus propias condenas.
Con
zapatos remendados,
caminamos
a tu lado,
te
acunamos y cantamos,
para
que luzcas de nuevo.
Somos
visibles a lo lejos,
resquebrajamos
muros impertérritos.
Se
derrumban a nuestro paso,
hasta
los más soberbios egos.
Acunando
cruzamos,
grandes
ríos, mares y lagos,
sin
importar si las aguas,
se
asemejan a tormentas,
pues
éstas, no las tememos.
Y ahí
seguimos,
acunando
y meciendo,
desde
hace miles de milenios.
Si no
creéis reconocernos,
te
diré como somos.
Somos
bellas mariposas,
sabias
hipopótamas
y
reales vacas celestiales.
Somos
las marhipovakas,
la
mejor medicina contra los males.
Joanna Escuder