Una gran roca, a los pies un lobo que la acompañaba. Era un día nublado y estaba amaneciendo.
La roca, de granito rosa estaba cerca de un acantilado. El lobo era enorme de color gris. Aullaba el frio viento del amanecer, mientras el sol despuntaba por el firmamento queriéndose abrir entre el inmenso mar de nubes blancas. Aullaba el lobo: “auuuuuu”, con todos sus pulmones; mientras llamaba a toda la manada para que se reuniera alrededor de la magnífica piedra. La forma de la roca era la de un gigantesco menhir de granito rosa apuntando hacia la constelación de leo.
“Auuuuuu” el momento ha llegado!!! Venid y uníos, aulló el lobo.
La roca estaba en el centro de una agrupación de menhires y otras piedras creando un octaedro muy cerca del acantilado. Los animales sabían del poder de esas figuras y las respetaban.
“Auuuuuu” continuaba aullando el ejemplar de lobo!
Poco a poco, mientras el sol despuntaba la alineación de las tres lunas, junto a planetas y estrellas, iba tomando forma. La manada llegaba y se colocaba alrededor del octaedro; sin embargo otros no querían perderse el acontecimiento, y el grupo empezó a crecer en diversidad de seres, entes y animales mitológicos.
El gran lobo gris cuyo nombre era Ranghor, detuvo la llamada al estar seguro de la presencia de todos. Se sorprendió de ver al Dragón situarse en el centro incubando la gran roca de granito rosa, sin embargo comprendió el sentido, por ello era el conductor de su manada y su papel iba más allá de ello. Era un emisario!
El unicornio apareció con su halo luminoso y su cuerno dorado, saludando a todos los presentes. Las hadas, duendes y elementales escogieron variadas posiciones en el octaedro, cerca de las encinas y abedules.
“Auuuu” ” susurró Ranghor con un sutil aullido.- “ya llegan”.
Era un grupo de individuos que llegaban en silencio, uno tras de otro; hacía un instante que habían advertido el circulo de piedras, los restos de lo que antaño fuera una estructura funeraria, aunque su significado en sí no se sabía con certeza.
Llegaron a este lugar con el fin de conectarse con la sabiduría de la naturaleza; eran diez en total y entre ellos había uno que era el que tenía más conocimientos sobre el reino débico y vegetal, un ser con la capacidad de transmitir a un aprendiz lo que solamente éste podía contemplar de sí mismo, difícil tarea, pero la llevaba a cabo con pureza y deboción; él era el que los iba guiando en este viaje interior, su nombre era Dilan, y de alguna manera era también un emisario. Él ya había estado en otras ocasiones en ese mismo lugar y quiso compartirlo una vez más.
El recorrido hasta el acantilado había sido de cinco kilómetros entre bosques de abedules, donde el alma no dejaba de deleitarse ante los infinitos tonos de amarillos, rojos y anaranjados; árbol sagrado entre otros, símbolo del despertar de la vida, de renovación, purificación; el árbol que tiempo atrás se le apareció a los humanos encarnado en una bella dama vestida de luz y dotada de grandes poderes curativos.
El trayecto había sido una experiencia diferente y única para cada uno de ellos; unos fotografiaron las especies vegetales con las que se fueron topando, diferentes tipos de helechos, ejemplares prehistóricos con un halo de misterio y con la cualidad éstos de otorgar la invisibilidad y la eterna juventud a quienes bebieran de su sabia; captaron la singular variedad de musgos, lechos preferidos por gnomos, duendes y elfos, un género aparte donde habita todo un mundo interior.
Otros se descalzaron para sentir bajo sus pies toda la energía telúrica de las entrañas de la madre, y en uno de los altos en el camino, introdujeron sus pies en las cristalinas aguas del arroyo, el cual les había acompañado durante toda la travesía; cerraron los ojos y se dejaron llevar sintiendo un gran sosiego al escuchar el incansable flujo de su corriente, pero sobre todo ajenos en todo momento a la presencia de las etéreas ninfas, que los miraban con curiosidad mientras peinaban sus largos cabellos dorados.
Algunos de ellos simplemente se dejaron acariciar por el sutil aleteo de una tímida mariposa revoloteando a su alrededor, o aspirando el penetrante aroma que el húmedo bosque les regalaba, e incluso sintiendo en el rostro el tímido rayito de sol que aún con todo su empeño no conseguía abrirse camino entre las gigantescas y osadas nubes.
Según fueron llegando al borde del acantilado, se colocaron alrededor del círculo de piedras; lo que más les impactó fue que justo en el centro quedaban los restos de lo que alguna vez podía haber sido un menhir.
Estaban maravillados, la presencia de las encinas los embriagaba de la fuerza y de la sabiduría del lugar y de los sucesos allí acontecidos siglos atrás.
Después de unos minutos de contemplación, Dilan preguntó al grupo qué habían sentido. Unos explicaron que del mismo centro del círculo parecía emerger una gran fuente de luz blanca que se proyectaba hacia el cielo; los otros en cambio habían presentido que de ese mismo centro existía un vórtice cuyo flujo rotaba en espiral descendiendo hasta el mismo corazón de Gaia.
Seguidamente les invitó a dejarse sentir y a que cada uno desde lo que habían sentido, buscase un lugar, tanto dentro como fuera de la rueda sagrada y se permitieran fluir.
Todos se fueron recolocando, unos en el interior y otros en el exterior de la circunferencia; unos alejados, otros de pie, otros sentados….Al cabo de un buen rato, mientras unos meditaban, una mujer paría simbólicamente en el exterior del círculo y otra junto a ella afloraba al mundo simulando físicamente el nacimiento de una flor, desde el enterramiento de la semilla hasta la apertura de sus temblorosos pétalos.
De repente el grito de una mujer resonando con fuerza hizo eco en montañas y prados, en las sierras y llanuras que rodeaban el bosque, perdiéndose más allá del acantilado, como queriendo éste proyectarse hacia algún lugar sabiendo dentro de sí que él era el portador de un mensaje oculto pero esperanzador. Fue un grito desgarrador pero a la vez liberador; era el grito de dolor de una mujer acumulado durante demasiado tiempo en su interior; pero también fue el grito embravecido de tantas y tantas mujeres épocas atrás pariendo junto a sus hermanas en un lugar sagrado, fue el grito de mujeres que reprimidas durante demasiado tiempo necesitaban escuchar una voz de libertad, fue el grito de dolor de madres, hijas, hermanas y amigas maltratadas y abusadas, pero también fue el grito de esperanza de todo un colectivo de hembras guerreras, magas y sabias que deseaban amar y ser amadas.
Fueron abriendo los ojos, uno a uno, mientras se reponían del impactante alarido, y entonces la vieron, era una de las mujeres del grupo, estaba en el centro del círculo, otra mujer la tenía agarrada por detrás mientras la acunaba, el alumbramiento había sido duro, pero al fin había dado a luz lo que ella más ansiaba, un futuro lleno de amor. Aun llorando debido a la emoción del momento, extendió las manos solicitando la presencia de todos los allí presentes; hombres y mujeres se acercaron, uno a uno, sin prisa, con plena conciencia de todo lo que estaba ocurriendo allí, se abrazaron, lloraron, se fundieron; ya no existía entre ellos la palabra sexo tal y como la entendemos, sino que allí en esos momentos había un grupo de almas fusionadas entre sí, limpias, puras ; los hombres sintieron en sus carnes el dolor de las mujeres, y ellas en su cuerpo el sentimiento de incomprensión que ellos habían sentido durante tanto tiempo. Ahora tanto unos como otros se podían permitir cantar, bailar, llorar, sanar, fantasear, abrazar y amar, porque gracias a aquel grito cada uno rescató una parte de sí que había perdido en algún momento, en algún lugar; unos su parte más femenina, otros por el contrario la masculina , ahora ya se sentían completos, y podían abrazarse ellos mismos e integrar todas las partes de su ser. Algo había cambiado, no sabían qué, pero empezaban a sentirse uno con la Divinidad.
Dilan les espetó que se fueran levantando y se colocran alrededor del círculo, ya que era importante dar las gracias a todos los seres tangibles e intangibles que los habían acompañado en aquella experiencia; que cerrasen los ojos y que sobre todo sintieran detrás suyo toda la fuerza de su linaje tanto femenino como masculino. Y así lo hicieron y se mantuvieron en silencio, en el más absoluto silencio….Y entonces ocurrió….una de ellos comentó que percibía junto a ellos una manada de lobos y entre ellos un gran lobo gris que la miraba concediéndole con amor su don de liderazgo, entonces otro dijo que había sentido a su lado un gran unicornio blanco con un cuerno dorado, y así uno a uno fueron describiendo a elfos, hadas, merlines, damas vestidas de blanco. Una de las chicas más altas del grupo dijo que había visualizado a un grupo de mujeres desnudas bailando alrededor de ellos y creando magia en sus vidas con la varita mágica que cada una portaba en sus manos: menudo mensaje aquel! Pero lo más impactante de todo fue lo que siguió a continuación. Dilan dijo: estoy viendo una gran roca de granito rosa justo en el centro del círculo, es inmensa, majestuosa, solemne y mira con gracia hacia el infinito; veo un dragón que se acerca, tiene intención de incubarla, se ha perdido y busca un lugar donde vivir, un lugar lleno de bosques, templos, magos, hadas y hechiceros. Un hogar donde no le teman y donde reine el amor. <<< Busca incubar un sueño.
“Auuuuuu” Aulla el gran lobo gris con toda la fuerza de su ser alzando la mirada y dirigiéndose hacia la constelación de Leo: - La profecía se ha cumplido, por fin el velo que separaba los dos mundos ha caído. Los humanos han empezado a ver y a sentir con los ojos del corazón, a partir de hoy todos conviviremos en hermandad en el nuevo reino: el Reino del Dragón.
Las Hathors
Ciprés Ananta
Unicornio Élfico
Encina Sagrada
25 de Noviembre de 2017